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viernes, 3 de marzo de 2017
- 7:13 a.m.
- dcrprod
- séptimo arte
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Si en algo se ha caracterizado el cine de superhéroes de la presente década es en su afán por crear enormes arcos dramáticos de sus personajes principales, siendo quizás el pionero de esta tendencia el personaje que nos ocupa. Lobezno viene siendo la figura más relevante del universo X-Men desde la película inaugural de la franquicia en el año 2.000 y aunque se ha ido desvinculando de las últimas películas del supergrupo, ahora centradas en una nueva generación de actores, ha ido desarrollando paralelamente su propia trilogía, una que concluye con este título y que vuelve a convertir el personaje en pionero, el primero que se despide de una gran saga coral. Una despedida que ha gozado de la libertad necesaria para poder convertirse tanto en la única cinta crepuscular de una peli de superhéroes como en una rareza dentro de la propia saga, con la que rompe en muchos aspectos para dar entidad propia a este título.
Logan nos sitúa en un momento en el que los mutantes han sido casi erradicados de la faz de la Tierra y en el que los pocos que sobreviven lo hacen en la clandestinidad, con recursos y habilidades mermadas, afrontando un ocaso sin esperanza alguna hasta que una peculiar niña hace acto de presencia reclamando la ayuda de Logan y del viejo y senil Charles Xavier.
Logan hijo. © 20th Century Fox
Esta premisa no es muy distinta a la de muchos westerns y no es desacertada la comparación con títulos tan emblemáticos como Sin perdón, donde viejas glorias, antaño letales y con profundas heridas en el alma, vomitan su último esfuerzo por una causa más noble que sus propias vidas. Un camino de redención y de despedida.
Por todo ello ésta película no sólo es la más cruda de la saga, la primera con calificación R en Estados Unidos, sino también la más humana y emotiva. James Mangold ya apuntaba en esta dirección en Lobezno: Inmortal, aunque claudicaba en el clímax, siempre condenado al espectáculo. Aquí ha culminado esa intención con una película que, a diferencia del grueso de películas precedentes, no rasca detalles humanos a una obra endeudada con el espectáculo y las gestas hipertrofiadas, sino que hace grande la película armándola esencialmente en torno a sus personajes y a detalles pequeños e íntimos.
Logan padre. © 20th Century Fox
Jackman siempre ha sido un actor volcado con su personaje y ha sido con Mangold con quien ha conseguido darle nuevos matices y culminar el aura de antihéroe maldito y noble. Sin embargo, habiendo sido el protagonista más lucido de las películas anteriores, es con la brutal interpretación de Patrick Stewart y el descubrimiento de la genial Dafne Keen con lo que la película redondea la jugada. El primero convertido en un vejestorio de carne y hueso, de esos que, sin quererlo, se convierten en una carga y en demandantes de afecto constante. La segunda, una superviviente que por primera vez encuentra algo parecido a un sentimiento de pertenencia. Una versión condensada de lo hermosas y jodidas que son las relaciones familiares en estas tres generaciones improvisadamente emparentadas por las circunstancias.
Pocos son los piropos que se le puedan dedicar a una historia que demuestra que el género de superhéroes puede ser, como los mejores westerns, mucho más grande cuanto menos se obsesiona con sacar músculo y más se vuelca en hablar de la vida.
F
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